Capitulo 1: En los campos de Aman
Otra vez.
Otra vez se había
ido.
Finwë
suspiró, su hijo se alejaba cada vez más de ellos. Sabía que no le
gustaba Indis por más que ella fuera dulce y amable con su hijastro
pero Fëanáro
no le hacía caso, nunca fue descortés ni maleducado simplemente
frío, la sombra de su madre no dejaba la casa ni el corazón del
joven príncipe.
Recordó
el momento en el que salió de la habitación de su esposa con la
pequeña Findis en sus brazos, con una ancha sonrisa en la cara. Su
hijo estaba sentado en el salón con expresión pensativa y los
brazos cruzados sobre el pecho, el rey se acercó al chico, quien
solo le dirigió una mirada interrogante.
—¡Mira,
Curufinwë!—sonrió mostrando a la niña—Ella es tu hermanita.
Fëanáro
analizó con sus profundos ojos grises a la bebe, era espantosamente
parecida a su madrastra, los ojos azules y el brillante cabello
dorado delataban la ascendencia Vanya de su madre.
¿La
niña era su hermana? No. Ella era la
otra hija de su padre
o su media-hermana,
pero
ni a Findis
ni
a ninguno de los hijos de la segunda esposa de Finwë les
consideraría hermanos, él siempre sospechaba que tanto la nueva
reina como su familia querían quitarle el amor de su padre.
El
rey Noldo quiso inclinarse para que Fëanáro pudiese cargar a la
criatura pero el joven se alejó intentando de mostrar un sonrisa de
disculpa pero solo le salió un mueca. Le hablo a su progenitor
tratando de contener la frialdad y aspereza de su voz.
—Tengo que irme, Atar, Mahtan
debe estar esperándome—se excusó haciendo una inclinación.
Enviar
al Espíritu de Fuego a estudiar a las forjas había sido buena idea
al principio, pues al convertirse en aprendiz, el Elfo encontró una
perfecta excusa para no estar cerca de su familia (a excepción de su
padre) , más cuando Finwë le comentó con igual felicidad el
nacimiento de un nuevo vástago: Nolofinwë.
El
viento movía plácidamente los campos de Aman, el aire era fresco y
limpio como siempre.
Adoraba
viajar, no tanto como la forja, explorar las playas, prados y bosques
le ayudaba a saciar aquella pasión creadora y curiosidad imposible
de calmar.
Fëanáro
ya llevaba dos días viajando, las Tierras Imperecederas jamás
dejarían de ser hermosas pero seguramente su padre quería que él
se casase y tuviese una familia así que mejor era aprovechar su
juventud. El las fraguas de Mahtan conviviendo con el Elfo barbudo y
pelirrojo junto con los demás aprendices que le miraban curiosos al
ver al hijo del rey trabajando junto a ellos pero el príncipe no
miraba a ninguno ni les prestaba atención, en aquel lugar él solo
iba a aprender.
También
entre esos muros de piedra conoció a Nerdanel, la hija de su
maestro.
La
primera vez que vio a la muchacha le sorprendió, no solo por ver una
mujer en las fraguas, sino que con solo verla todos se daban cuenta
de que Mahtan, el herrero más amado de Aulë sin ninguna duda era su
padre, pues cabello de la joven era largo, ondulado y rojo como las
llamas.
Ella
fue una gran amiga para el Elfo, no era como las otras damas, su
belleza no era sorprendente, sino misteriosa y nostálgica, algunas
veces en ciudad escuchaba que las otras doncellas se observaban a la
escultora riéndose, murmurando que ella no era refinada pues siempre
se la veía vestida simplemente, con camisas holgadas, simples faldas
y delatares de cuero, dejando de lado la delicadeza y los labores de
las mujeres.
Pero
Nerdanel lo les prestaba atención, solo se limitaba a seguir
trabajando en sus estudios y cada año sus esculturas tomaban más
belleza, casi pareciendo personas reales, en poco tiempo se
convirtieron en las mejores de Aman.
Se
acercaba a un bosque bastante profundo, ya era muy noche así que
bajo esos árboles frondosos encendió una fogata. Solo traía
puestas ropas sencillas de viaje oscuras y una capa roja abrochada en
el cuello con una pequeño emblema de su casa.
Observaba
las llamas pensativo, preguntándose cual sería su curso el día
siguiente pero un ruido en los arboles le sacó de sus divagaciones.
—¿Quién
anda ahí?—preguntó poniéndose de pie, aquellos sonidos no
pertenecían a ningún animal salvaje.
—No
creo, mi señor, que quiera atacar a una vieja amiga—comentó una
dulce voz saliendo de entre los árboles.
De
la espesura apareció una dama, alta, de tez sonrosada y con pecas, vestida con una
túnica verde oscuro, sus facciones eran graves pero miraba a Fëanáro
con una sonrisa, la capucha que pendía de la capa ocultaba sus rojos
cabellos.
Y
en los campos de Aman se encontró de nuevo con ella, con Nerdanel.
Muy lindo, quiero saber como sigue :), saludos!
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