miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capitulo 1


Capitulo 1: En los campos de Aman

Otra vez.

Otra vez se había ido.
Finwë suspiró, su hijo se alejaba cada vez más de ellos. Sabía que no le gustaba Indis por más que ella fuera dulce y amable con su hijastro pero Fëanáro no le hacía caso, nunca fue descortés ni maleducado simplemente frío, la sombra de su madre no dejaba la casa ni el corazón del joven príncipe.

Recordó el momento en el que salió de la habitación de su esposa con la pequeña Findis en sus brazos, con una ancha sonrisa en la cara. Su hijo estaba sentado en el salón con expresión pensativa y los brazos cruzados sobre el pecho, el rey se acercó al chico, quien solo le dirigió una mirada interrogante.
¡Mira, Curufinwë!—sonrió mostrando a la niña—Ella es tu hermanita.

Fëanáro analizó con sus profundos ojos grises a la bebe, era espantosamente parecida a su madrastra, los ojos azules y el brillante cabello dorado delataban la ascendencia Vanya de su madre.
¿La niña era su hermana? No. Ella era la otra hija de su padre o su media-hermana, pero ni a Findis ni a ninguno de los hijos de la segunda esposa de Finwë les consideraría hermanos, él siempre sospechaba que tanto la nueva reina como su familia querían quitarle el amor de su padre.

El rey Noldo quiso inclinarse para que Fëanáro pudiese cargar a la criatura pero el joven se alejó intentando de mostrar un sonrisa de disculpa pero solo le salió un mueca. Le hablo a su progenitor tratando de contener la frialdad y aspereza de su voz.
—Tengo que irme, Atar, Mahtan debe estar esperándome—se excusó haciendo una inclinación.
Enviar al Espíritu de Fuego a estudiar a las forjas había sido buena idea al principio, pues al convertirse en aprendiz, el Elfo encontró una perfecta excusa para no estar cerca de su familia (a excepción de su padre) , más cuando Finwë le comentó con igual felicidad el nacimiento de un nuevo vástago: Nolofinwë.


El viento movía plácidamente los campos de Aman, el aire era fresco y limpio como siempre.
Adoraba viajar, no tanto como la forja, explorar las playas, prados y bosques le ayudaba a saciar aquella pasión creadora y curiosidad imposible de calmar.

Fëanáro ya llevaba dos días viajando, las Tierras Imperecederas jamás dejarían de ser hermosas pero seguramente su padre quería que él se casase y tuviese una familia así que mejor era aprovechar su juventud. El las fraguas de Mahtan conviviendo con el Elfo barbudo y pelirrojo junto con los demás aprendices que le miraban curiosos al ver al hijo del rey trabajando junto a ellos pero el príncipe no miraba a ninguno ni les prestaba atención, en aquel lugar él solo iba a aprender.

También entre esos muros de piedra conoció a Nerdanel, la hija de su maestro.
La primera vez que vio a la muchacha le sorprendió, no solo por ver una mujer en las fraguas, sino que con solo verla todos se daban cuenta de que Mahtan, el herrero más amado de Aulë sin ninguna duda era su padre, pues cabello de la joven era largo, ondulado y rojo como las llamas.

Ella fue una gran amiga para el Elfo, no era como las otras damas, su belleza no era sorprendente, sino misteriosa y nostálgica, algunas veces en ciudad escuchaba que las otras doncellas se observaban a la escultora riéndose, murmurando que ella no era refinada pues siempre se la veía vestida simplemente, con camisas holgadas, simples faldas y delatares de cuero, dejando de lado la delicadeza y los labores de las mujeres.
Pero Nerdanel lo les prestaba atención, solo se limitaba a seguir trabajando en sus estudios y cada año sus esculturas tomaban más belleza, casi pareciendo personas reales, en poco tiempo se convirtieron en las mejores de Aman.

Se acercaba a un bosque bastante profundo, ya era muy noche así que bajo esos árboles frondosos encendió una fogata. Solo traía puestas ropas sencillas de viaje oscuras y una capa roja abrochada en el cuello con una pequeño emblema de su casa.
Observaba las llamas pensativo, preguntándose cual sería su curso el día siguiente pero un ruido en los arboles le sacó de sus divagaciones.
¿Quién anda ahí?—preguntó poniéndose de pie, aquellos sonidos no pertenecían a ningún animal salvaje.
No creo, mi señor, que quiera atacar a una vieja amiga—comentó una dulce voz saliendo de entre los árboles.
De la espesura apareció una dama, alta, de tez sonrosada y con pecas, vestida con una túnica verde oscuro, sus facciones eran graves pero miraba a Fëanáro con una sonrisa, la capucha que pendía de la capa ocultaba sus rojos cabellos.

Y en los campos de Aman se encontró de nuevo con ella, con Nerdanel.

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