martes, 25 de octubre de 2011

Capítulo 3

Capitulo 3: Recuerdos enterrados


¿Cuanto llevaban viajando? Tal vez un mes, un mes juntos, un mes de descubrir cosas nuevas, de ver paisajes más allá de lo normal.

Ella era un misterio que siempre trataba de descifrar. ¿Qué pensaba, qué sentía? Era extraña, indescifrable, le miraba fijamente cuando no estaba atento como estudiando sus bellas facciones para crear una de sus obras de arte.
Viajaban cuando brillaba Laurelin, disfrutando de los rayos dorados mientras pasaban por bosques y acampaban cuando el blanco Telperion comenzaba su espectáculo, Nerdanel tenía la razón al decir que Aman era muy grande y hermoso.

¿Es por aquí?—le preguntaba la joven mientras caminaban por una arboleda.
Lo malo de viajar por estos parajes es que es muy fácil perderse— sonrió Fëanáro—creo que estamos cerca de la bahía Eldamar, hay unas colinas bastante altas, si escalarlas no te importa.
Por supuesto que no—respondió encogiéndose los hombros.

Marcharon mientras la luz de Laurelin un resplandecía, el aire de las colinas era limpio y puro pero ellos no se hablaban durante ese tiempo parecía como si solo las mirada les fueran suficientes para comunicarse y muchas veces se miraban uno al otro disimuladamente. El acero y plata se fundían como consumidos por el fuego de una fragua.
Se sentaron por un momento en la cima de una colina, Nerdanel sacó dos manzanas que traía en su bolsa, le pasó una a su compañero y miró el suelo respirando profundamente masticando la dulce fruta.
¿Cómo crees que era Cuiviénen?—aquella pregunta sorprendió a la doncella, no solo por la cuestión sino porque ella era siempre la que iniciaba las conversaciones ya que su acompañante no era de hablar mucho.
Poco se de ese lugar—respondió luego de unos segundos—. Mis padres no suelen hablarme de las Aguas del Despertar solo puedo contarle lo que me ha dicho Varnewen.
¿Varnewen?—arqueó una ceja negra.

Lanzando un largo suspiro, la escultora le contó sobre aquella vieja Elda amiga de sus padres y de si misma “la vieja sanadora” le decían pues era una sierva de Estë la Gentil. Siempre visitaba a la familia de Mahtan y a escondidas le contaba a Nerdanel sobre la belleza de la laguna de Cuiviénen, los verdes pastos de ese lugar y los días en que la única luz que conocían eran las Hijas de Varda. Varnewen tenía el cabello oscuro de los Noldor, era alta y delgada pero sus ojos eran de un claro color aguamarina en lugar del acostumbrado gris de los Noldor, pues su madre, Airalaitë, era del linaje de los Teleri y la pelirroja sabía que el apodo de “vieja” no era por decir ya que ella había sido uno de los primeros Elfos en nacer de un matrimonio después del Despertar.

El tiempo paso mientras hablaban la chica se recostó tranquilamente en el pasto, los cobrizos cabellos se esparcían por la hierva, se rió un poco pero de repente notó que Fëanáro estaba muy serio con los brazos al rededor de sus rodillas, como si estuviera pensando en algo muy lejano, ella con timidez le tocó el hombro.
¿Mi Señor?—susurró con suavidad, él dio un respingo, la miró fijamente y volvió a bajar la vista.
Yo conozco a esa mujer—musitó y su mente vagó por los días en que iba a ver el cuerpo de su madre—. Ella cuidaba de mí madre en los jardines de Lórien


Si la conocía, la recordaba de aquellos años en que iba a los bellos jardines y las doncellas estaban al rededor del cadáver de Míriel y una Elfa de pelo oscuro le peinaba los cabellos color plata vieja, el niño se acercaba sin notar que ella le veía, observando el rostro pálido y tranquilo de su progenitora.
¡Pequeño príncipe!—sonrió mirando directamente a un arbusto—. ¿Cuándo piensa salir de ese arbusto? No voy a reprenderle.

Fëanáro salió de su escondite sin perder de vista a la Reina que parecía dormir profundamente en una improvisada cama hecha por una liza piedra cubierta con flores. Con una mirada casi de permiso, Varnewen lo levantó en brazos y se sentó en el suelo con el pequeño en su regazó.

¿Cuándo despertará mí Amil?—los ojos metálicos del niño le escudriñaron entre curiosos y melancólicos.

Pero la Elda no habló durante un buen tiempo, había conocido a Míriel y se acordaba cuan feliz estaba cuando se enteró de que estaba encinta. En su parto la Reina de los Noldor sufrió mucho, la imagen de esa pobre madre languideciendo en cuestión de pocas semanas fue algo desbastador. Ella también era madre y no se imaginaba la vida sin sus hijos, jamás le hubiera gustado que uno de sus pequeños estuviera en el lugar de Fëanáro, ya sea paterno o materno.
Le rodeó con los brazos, acariciando los cabellos de cuervo suavemente a pesar de la actitud recelosa de Fëanáro.

Lo siento, Fëanáro pero... tu madre no despertará—musitó apretándole contra si.

A pesar de ya tener aquella actitud fría de joven, la mirada del príncipe se cristalizó, en ese momento solo tenía tres años valianos. Era un niño por más que tratará de hacerse el fuerte extrañaba a su madre, añoraba los finos brazos maternales y el cariño que solo ella podía darle, si tenía a su Atar pero él ya no iba a las estancias de Irmo, ya no iba acudía a verla y a llamarla con todos los bellos nombres que tenía, solo se quedaba en Tirion o se marchaba a Alqualondë.

¿Por qué?—preguntó luego de unos momentos, dos lagrimas se deslizaron por sus pómulos—¿Por qué no volverá? ¿Es mí culpa? ¿Ella no me quería?
¡No!—exclamó ella—. No digas eso, pequeño, ella te amaba, te amaba mucho, no pienses en esas cosas, tu Amme se pondría triste si lo sabe. Debes ser fuerte, Curufinwë.

Él se separó bruscamente, se secó las lagrimas con el dorso de la mano casi con violencia y miró fijamente a la sanadora.
Mí nombre es Fëanáro—siseó fríamente, los hombros le temblaban—mí madre me dio ese nombre ¿no? Todos lo dicen, hablan de que soy el Espíritu de Fuego que desgarró a su madre por dentro... que la asesinó—soltó un sollozo—¡Pero yo no quería hacerle daño! ¡Nunca quise lastimar a mí Amme!
¡Claro que no!—gritó Varnewen acercándose con lentitud—Tu no tienes la culpa de nada, nadie puede interferir en los designios de Eru... pero pequeño ¡Oh, pequeño Fëanáro! No escuches lo que ellos dicen, tú debes quedarte con tu padre, él te quiere mucho, lo que digan los demás no debe importarte. Finwë es tú familia.

El Espíritu de Fuego se acercó de nuevo a la Elfa, ella le abrazó despacio, luego volvió a acariciarle la cabeza, le tomó de la mano conduciéndole nuevamente hacía su progenitora, el hijo del Rey tocó con delicadeza la helada mano de Míriel pero la Reina no se movió. La mujer se agachó, colocando las manos sobre los pequeños hombros del niño, aunque lo que estaba a punto de decir sería algo crudo no quería que Curufinwë languideciera por la tristeza y le hiciera compaña a la Bordadora.

—Escucha, Fëanáro—comenzó con un suspiro—se que la extrañas pero no tienes que volver aquí, si te aferras al pasado vivirás en la tristeza y eso no te permitirá avanzar, no te estoy diciendo que la olvides ni que dejes que pensar en tu madre, solo te pido que pienses en ella como una persona que te quería incluso antes de que nacieras. Aprendé y crecé, se un gran Elda como Þerindë hubiera querido, no volverá pero yo cuidaré de su cuerpo todo el tiempo que pueda. Puedes confiar en la palabra de esta vieja sanadora.

Esa fue la última vez que acudió a Lórien, siguiendo el consejo de la sierva de Estë, no volvió a aquel lugar, se concentró en sus estudios y en su padre aunque jamás dejó de pensar en Míriel.

Cuando el terminó de relatar no la miraba, le daba completamente la espalda ocultando su expresión de tristeza, bien había seguido el consejo de la mujer de los jardines, sin embargo la gente de Tirion siempre tendría el chisme del joven que se quedó huérfano por siempre y cuando Finwë se casó con Indis la frialdad de Fëanáro se volvió más intensa. Pocas veces regresaba a la Mindon, se la pasaba viajando o en las fraguas creando cosas bellas.

¿Por qué me rehuyes?—susurró Nerdanel, le tocó el hombro de nuevo, el Elda no se movió pero estaba cada vez más tenso.
No quiero tu lastima, Mahtaniel—le dijo cortante el Elfo.

Esto no la intimidó, lo que estaba a punto de hacer era atrevido... y arriesgado considerando el carácter de su acompañante.
Antes de que el príncipe se levantara, la pelirroja le rodeó el cuerpo con los brazos, apoyando su rostro en la espalda de Fëanáro, quien estaba estático, abrumado por el contacto, la calidez de la joven era dulce y reconfortarle, relajó los músculos y se dejó abrazar por ella. Muchos años que había estado retrayéndose y una sola tarde con la hija de Mahtan, le hizo pensar en esos recuerdos enterrados otra vez.

Yo no te tengo lastima, admiró lo que has hecho—musitó tanteando para tomar su mano entre las suyas—. Has resistido un dolor que pocos Eldar saben como se siente, ellos no saben lo que dicen, mi Señor, solo se dejan seducir por las noticias interesantes. ¡Mirame a mí sino! Todos me miran como si fuera alguna extraña novedad. La Dama menos hermosa de Valinor, la que olvida el papel de mujer y se encierra en las fraguas, la que solo puede gustarle a alguien por la posición de su padre.

De repente él se giró bruscamente, casi tirándola al suelo, sorprendiendo enormemente a la escultora, se inclinó hacía ella posando una de sus pálidas manos en su mejilla sonrosada, su voz sonó cálida, dulce y sensual.

Tú eres la Dama más increíble de Arda... no importa lo que ellos digan, eres una joya entre los nuestros. No te dejas intimidar, ni guardas tus comentarios como las demás, eres fuerte, firme y sabía Nerdanel, lo demás no importa.

La pelirroja no sabía si sus corazón podía latir más rápido, se quedaron así unos momentos, sin hablar, sin alegar nada, solo mirándose mutuamente, disfrutando de aquel instante eterno bajo la luz del Árbol plateado que comenzaba a brillar.

Esa noche no se fueron del lugar, durmieron en aquella verde y hermosa colina. Nadie estaba cerca, solo las Hijas de Varda eran testigos de aquella escena.
Fëanáro parpadeó y sonrió levente al ver a la doncella mover levemente los labios entre sueños, durmiendo recostada en su pecho, acarició lentamente los risos cobre de Nerdanel, en realidad era una joya, una que no tenía idea de como hasta ese tiempo fue capas de ignorar.


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Bueno este es el tercer capítulo de mí fanfic.

Notas:
Amil: Madre
Amme: Mamá
Atar: Padre


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